MENU

martes, 24 de marzo de 2015

NOSOTROS Y EL PROFETA MUJÁMMAD (reflexión - parte I)

أنَّمَا مَثّلُوا صفَاتكَ للنّاس كَمَا مَثَّلَ النُّجومَ المَاءُ
La prudencia y la ponderación son dos virtudes fundamentales para todo musulmán. 
Por ello, no he querido escribir estas palabras hasta que hubiese pasado un tiempo tras los hechos acaecidos en París y por todos conocidos.
El profeta Mujámmad - la paz y las bendiciones sean con él - fue el último de los mensajeros enviados por Al·lâh a la Humanidad y nuestro modelo y ejemplo a seguir en todos los aspectos de nuestra vida, sobre todo en el ético y el espiritual, pues ambas dimensiones configuran el 'ser' musulmán.
El profeta Mujámmad fue objeto de multitud de tropelías, atropellos, insultos, vilipendios, vejaciones, agresiones e, incluso, amenazas de muerte, hecho éste, último, que le obligó a buscar refugio en otros lugares fuera de su amada Meca, hasta que Al·lâh le dio la apertura y le concedió el amor y el cariño de la gente de Yazrib - posteriormente llamada Medina - que le acogió con los brazos abiertos.
Y, durante aquellos momentos tan difíciles, el Corán - la palabra de Dios - siempre le instaba a la paciencia. Son muchas las aleyas que siempre recomendaban e insistían al Profeta el armarse de paciencia y perseverancia. "Sé paciente, pues la promesa de Al·lâh es cierta" (sura 'los bizantinos': 60). Y dice el Corán: (Y sé paciente, tal y como lo fueron los profetas resueltos [Noé, Moisés, Abraham y Jesús]"(sura 'las dunas': 35).
Al·lâh podía haber lanzado su castigo contra la gente de Meca y acabar con ellos en cualquier momento. Sin embargo, Al·lâh quiso enseñar a su Profeta y a nosotros, cuáles deben ser las pautas éticas y espirituales que el musulmán debe aprender y, consecuentemente, aplicar. No para saber llevar una situación, sino para educar y desarrollar una serie de virtudes éticas y espirituales concretas y que sin las cuales, un musulmán queda discapacitado para poder afrontar las pruebas de la vida; pruebas que, en algunas ocasiones, pueden llegar a ser realmente duras y que, sin esa educación, una persona se encuentra en muchas ocasiones incapaz y desorientado.
 El profeta Mujámmad – la paz y las bendiciones sean con él – pues, es, por imperativo coránico, el modelo que debe seguir todo aquel que cree en Al·lâh – ensalzado sea – y encontrarse con él el día del Juicio.
Cuando una revista publica una o varias caricaturas en las que se pretende – aunque no lo consiguen, por mucho que lo intenten – ofender y malsinar la imagen de nuestro amado Profeta, nosotros, como musulmanes, dejamos bastante que desear respecto a nuestras reacciones.
Primero, no sabemos evaluar estos casos de manera correcta ni otorgarles el verdadero valor que se merecen. ¿Que buscan la provocación…? Por supuesto. ¿Y qué podríamos esperar de gente de tal catadura moral? ¿Acaso no nos damos cuenta que, en muchos casos, se trata de personas que únicamente desean dar rienda suelta a sus más miserables instintos, apelando a la ‘la libertad de expresión’, para poder vomitar sus desvaríos mentales?
Ante estos casos, la razón debe ser la que gobierne nuestros sentimientos. Y, aunque no tengamos la capacidad de controlar las circunstancias, no podemos permitir que éstas nos controlen a nosotros. Tenemos que saber ponderar cada situación conforme a aquellos valores a los que decimos adscribimos y defendemos con convicción. Si ello hacemos, no cabe duda de que estaremos, éticamente hablando, muy por encima de dichas personas.
Sin embargo, nuestras reacciones suelen relegarnos a niveles indeseados e impropios de quienes aspiran a vivir conforme a unos principios éticos elevados. Y, desgraciadamente, solemos reaccionar, si no con la misma moneda, sí con formas y modos inoportunos e improcedentes.
Ello se debe a dos causas fundamentales: la primera, nuestra ignorancia – a veces supina – respecto a los valores que nos nuestro din predica; y, segundo, el actuar movidos por las directrices de las pasiones de nuestro ego; que, en la mayoría de las ocasiones, hace que confundamos el sentimiento puro con el sentimentalismo ilusorio. ¡¿Cómo podemos concebir que cuatro garabatos realizados por un chiflado puedan, ni por lo más mínimo, ensuciar el sublime y elevado rango ético y moral de nuestro Profeta?! ¡No, por Al·lâh que no!
Alguien podría aducir: ‘Esas publicaciones insultan y menosprecian a lo que más amamos de este mundo. ¿Acaso no debemos de actuar frente a ello?’.
Y yo preguntó: ¿Acaso esta gente se merece que la dediquemos ni un minuto de nuestro preciado tiempo? Si dichas publicaciones llegan a tener algún tipo de relevancia, no es más que por la desorbitada reacción que tenemos cuando esto sucede Nosotros, como comunidad, recibimos a diario infinidad de ofensas, injurias e insultos. Y, como dice el Corán: “lo que encierran sus corazones es aún peor”. Sin embargo, tal y como he dicho, nuestra referencia ética no debe ser nunca nuestro ego, sino aquella dispuesta por nuestro Señor y practicada por su Mensajero.
Lo que debemos cuestionarnos es lo siguiente: ¿qué es lo que nos aconseja y dicta el Islam, nuestro din, ante esta situación? Pues aquello mismo con lo que, en su día, Al·lâh mismo exhortó a su amado Profeta cuando éste fue objeto de injurias y calumnias de todo tipo. Al·lâh se dirigió a su querido Mensajero y le dijo: ‘Haz caso omiso de sus ofensas y encomiéndate a Al·lâh. Al·lâh basta como protector”. (Sura 33 ‘los coaligados’: 48).
Siendo musulmanes, es decir, personas que aspiran a realizarse siguiendo un modelo ético sinigual, no podemos – ni debemos – actuar de cualquier manera, ni, mucho menos, dejarnos llevar por nuestros instintos más básicos, pues ello es contrario a las enseñanzas que decimos seguir y practicar. Nuestra actitud, en sí misma, es – o debería ser – reflejo de nuestra espiritualidad. El Islam nos ha enseñado que, en todo momento y en todo lugar, las mismas situaciones que pueden alcanzar un nivel de dureza y complejidad alto, nos exigen una coherencia ética íntegra, con la intención, siempre, de alcanzar y realizar la excelencia. ¿Es duro? Sin duda. Pero esa es nuestra meta y eso es lo que se nos exige.
Al·lâh mismo, aun a pesar del amor que tenía – y tiene – por su Profeta, en honor a la verdad y para demostrar el nivel moral de Mujámmad frente a las afrentes que éste recibía por parte de su propia gente e, incluso, de su propia familia – no lo olvidemos – citó en el Corán los calificativos negativos que éstos le proferían, como que era un loco, un embustero, un hechicero, un falsario, un embaucador, etc.
¿Qué interés merece, pues, por nuestra parte, gente que no rige su vida por el más mínimo parámetro ético, y que, además, se gana la vida a base de burlarse y mofarse de los demás y, además, lo hacen apelando a la libertad de expresión?

Si somos fundamentales en nuestros propios principios, lo que debemos desear para esta gente – y para el resto del mundo – es lo mejor, por imperativo coránico mismo. Pues tal y como dice Al·lâh en el Corán dirigiéndose a su amado Profeta: ‘No te hemos enviado sino como misericordia para todo el mundo’.